Hay otro país bajo la piel
desde camberra
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Fernando Reyes Matta
Llego a Camberra para una reunión internacional y en medio de ella un académico australiano experto en América Latina me pregunta: ¿Cómo se explica eso de qué un 60% de los chilenos dice estar satisfecho con su vida en Chile, pero el 68 % dice que la situación general política del país es mala o muy mala?
Sí, es una paradoja, le digo, pero en el pasado fue al revés: al país le va bien, pero a mí me va mal. Hoy vivimos un tiempo donde se ha expandido la apuesta por los esfuerzos personales y el afán de llevar proyectos propios adelante "sin mirarle la cara a nadie". Para muchos puede ser una mala señal. Sin embargo, cabe ver en esa conducta todas las energías por surgir latentes en la mayoría de los chilenos. En otras palabras, los sueños y las esperanzas se asientan mucho más en los talentos que cada cual cree tener y no en aquello que la sociedad pueda ofrecer como proyecto colectivo.
¿Y en ese escenario qué piensa hacer la izquierda? me lanza como siguiente pregunta. Le digo que, a mi juicio, es un desafío fuerte para la izquierda pero lo es también para todo el ámbito político. El país es otro, ahí están las redes digitales y los celulares como ejemplo. En Chile, según datos de la CEPAL, ya el 60% de los hogares tiene Internet, hay 24 millones de teléfonos móviles operativos y la población anda por los 16 millones de habitantes. Es decir, hay 132 aparatos por cada 100 habitantes. Las cifras hablan de un todo. Pero en realidad se trata de un inmenso mosaico de individualidades, donde la interacción con otros es grupalmente reducida y tiende a construir ghettos en las diversas plataformas.
Por cierto, hay allí una base para convocar a nuevos entusiasmos. Pero ello reclama hablar sobre realidades que están cambiando la vida, la economía, los sistemas de trabajo. Y, por cierto, creando nuevas oportunidades. Como señala el informe "Las tendencias mundiales y el futuro de América Latina" escrito por Sergio Bitar y recién editado por la CEPAL, "las tecnologías de la comunicación han acelerado los cambios de conciencia y de comportamiento de los ciudadanos". Y remarca, desde su mirada de progresista y de izquierda, cómo ve el panorama dominante: "Las expectativas crecen, las demandas se multiplican, el deseo de participar se acrecienta, se exige transparencia y probidad, igualdad de derechos y de género, y esto no ha sido captado a tiempo, generándose retrasos institucionales y signos de ingobernabilidad".
Igual como ocurría en Italia en el pasado, mientras en la superficie rotaban los gobiernos y las crisis políticas se sucedían, bajo esa piel nacional había gente inventando, diseñando, emprendiendo, gestando pymes eficientes y con productos novedosos y de calidad. Cuando uno ve lo que ocurre en la agroindustria, cuando se examinan las exportaciones no tradicionales, cuando se escucha a tantos estudiantes hablando del proyecto que desean poner en marcha, se tiene la misma sensación. Hay un país en la superficie donde las confianzas se han quebrantado y los debates políticos se ven pueriles y sin perspectiva. Abajo una atmósfera de trabajo y emprendimiento que ya no tiene tiempo de esperar a los de arriba.
Lo que ocurra y se diga en la próxima campaña presidencial será valioso si toma ésta perspectiva: ver el país de verdad que ansía tener planes de siglo XXI. Hay innovadores por todos lados, pero debemos hacerlos parte de una épica de cambio. Hay una izquierda que se da cuenta de eso, pero tiene el desafío de convencer. Lagos lo dijo en el primer punto de su declaración: "El mundo ha experimentado profundos cambios económicos, políticos y sociales que han modificado radicalmente la forma en que las sociedades viven, producen, se integran. Se han desarrollado oportunidades insospechadas para la humanidad y generado nuevos riesgos y peligros para el planeta. Chile no está ajeno a esos cambios." Si de todos los sectores políticos se asume que ese es el desafío mayor, podemos tener una de las campañas políticas más fecundas de las últimas décadas.